sábado, 26 de septiembre de 2015

“Lucha por Ayotzinapa”, de Enrique Rashide, muestra la rabia y la unión de un pueblo ante la tragedia

Texto: Juan Carlos Aguilar
Edición: Lizeth Arauz



El último ha sido un año saturado de angustias y zozobras. De llanto y rabia. De una profunda tristeza, sí, pero también de una inusitada energía que ha sostenido la misma exigencia los últimos 365 días: ¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos! Ese ha sido el clamor que ha rasgado al país a lo largo y ancho del territorio, tras la desaparición de los 43 normalistas en Iguala, Guerrero, el 26 de septiembre de 2014.
                                                                                         
Una exigencia que ha retumbado en cada una de las marchas y protestas en la ciudad de México y en cada uno de los estados del país que se han sumado a esta causa. Y sin embargo, de nada han servido las movilizaciones y los reclamos para encontrar el paradero de los estudiantes.

Fundamentadas en mentiras, en verdades a medias y en una falta de protocolos elementales, las investigaciones no han dado ningún resultado. Doce valiosos meses desperdiciados, más que por la ineptitud, por un acto doloso que ha preferido proteger a los funcionarios involucrados y dar la espalda a los padres de los normalistas.



La “verdad histórica” de que los estudiantes habían sido incinerados en el basurero de Cocula, y con ello dar carpetazo al asunto -“Ya supérenlo, la vida sigue”, pedía el presidente Enrique Peña Nieto- resultó ser una mentira histórica. Se esfuerzan por decir qué no ocurrió, en lugar de explicar lo que sí sucedió.  

Y a la par de este choque de posturas que ha llegado a las confrontaciones físicas entre los manifestantes y las fuerzas policiacas, se libra también una “guerra mediática” entre quienes defienden a ultranza los dichos de la Procuraduría General de la República y aquellos que rechazan de tajo las versiones del gobierno.

Mientras la televisión desalienta la protesta y trata de rijosos y violentos a quienes se atreven a exigir justicia, los periódicos se contradicen y desinforman. Confunden. En sus páginas, todos opinan y dan su versión de lo que, aseguran, sí pasó, según el columnista en turno.

Ante la tergiversación de los hechos, clara y consciente, la fotografía periodística ha jugado un papel vital al mostrarnos cómo se conformó esta lucha que sepultó definitivamente el sexenio de Peña Nieto.  

En algunos años, cuando revisen este tema, las nuevas generaciones leerán reportajes y crónicas para dimensionar la gravedad del tema. Pero el entendimiento cabal no llegará hasta que observen las imágenes de las multitudinarias marchas y de las protestas contra las autoridades.



Hasta que observen los rostros inconsolables de los padres de familia y aquella funesta imagen de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa –con 43 sillas vacías y un Cristo crucificado coronando las súplicas- que se convirtió de un momento a otro en una sala de espera de malas noticias. No hay que imaginar, sólo observar.
  
Si a la fotografía, con su alto valor informativo y su capacidad para conformar una memoria histórica de todo lo que ha sucedido- le sumamos casos particulares de fotoperiodistas que han logrado hacer un registro puntual y equilibrado de los principales acontecimientos que conforman esta tragedia, casi siempre de manera independiente -los medios de comunicación gubernamentales no se han interesado por las coberturas de largo aliento-, el resultado es invaluable y esclarecedor.

De los cientos de fotógrafos que cubren el caso Ayotzinapa, muchos son los que han hecho más que el mero registro que se ajusta a la línea editorial de los medios para los que trabajan. Son varios los fotoperiodistas que han construido una narrativa personal y poderosa en términos estéticos.




“QUIERO DAR LA VOZ A LAS VÍCTIMAS DE LA CORRUPCIÓN”

Uno de ellos es el trabajo del fotógrafo Enrique Rashide Serrato Frías (Ciudad de México, 1984), quien ha realizado una intensa cobertura de los acontecimientos, primero para la agencia Cuartoscuro –de la que es corresponsal en Sinaloa desde hace tres años- y luego de manera independiente, en su propósito, asegura, de “dar la voz a las miles de personas que todos los días luchan para se haga justicia”.

Las imágenes de su ensayo “Lucha por Ayotzinapa” -de las cuales siete se muestran en esta publicación- son elocuentes. En cada una de ellas se ve la fuerza de su mirada y la pertinencia de su tiro. Va más allá de los hechos, para registrar las emociones, la rabia y la pesadumbre. En Iguala, Acapulco, Chilpancingo o Ayotzinapa, el resultado es el mismo.

Sin embargo, para Rashide Ayotzinapa es el detonante de otras muchas injusticias a las que desea dar eco. “Busco darle voz a todas aquellas personas que de una u otra manera han sido víctimas de la corrupción que se vive en el país, desde el nivel más bajo hasta niveles que sobrepasan todo límite, y con ello ayudar a las nuevas generaciones a comprender lo que ocurre”.

“Echar un vistazo al pasado es revivir una y otra vez la misma película, el mismo final. Por eso es vital dejar un registro, mostrar la problemática que se vive en el país. Como fotoperiodista ese es mi principal objetivo”.




Agrega: “Hay muchos ejemplos que demuestran el valor de la fotografía como documento histórico: ahí está el 2 de octubre del 68, el terremoto del 85, Acteal. Lo vemos también en el trabajo que el compañero Marco Ugarte realizó durante 26 años sobre la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile”, dice Rashide, quien en 2013 fue galardonado con el Premio Nacional de Fotoperiodismo por su reportaje “Escuela de Cartón”.

Considera Rashide que actualmente, debido a la facilidad con la que se toman y comparten fotografías a través de internet, existe una saturación visual. “Por eso siempre he tratado de realizar ensayos de largo aliento donde muestre mi punto de vista. En esta primera parte de “Lucha por Ayotzinapa” mi interés fue reflejar cómo lucha un pueblo y cómo se une en la tragedia. Nos hace reflexionar acerca de lo que sucede, lo que puede dar la pauta para que en un futuro cercano se dé el cambio profundo que todos esperamos”.




A  un año de la desdicha de Ayotzinapa, el dolor se ha transfigurado en un coraje inusitado. Esta historia apenas comienza y muchos fotoperiodistas estarán ahí para registrarlo y convertirlo en historia. Así sea.         


domingo, 20 de septiembre de 2015

“Uno de los días más terribles de mi vida”; Enrique Metinides relata su experiencia del terremoto

Juan Carlos Aguilar

Los escombros del emblemático Hotel Regis en una imagen de Metinides.

Eran las 7:19 de la mañana de aquel fatídico 19 de septiembre de 1985 cuando cientos de edificios se estremecieron de un lado a otro, hasta que, tras noventa segundos de pánico, cayeron las estructuras que produjeron la muerte de miles de personas. Las heridas aún no cicatrizan, de hecho siguen abiertas y sangran a la menor provocación.

Y no es para menos. Las historias de terror que se vivieron en la zona del desastre calaron hondo en la mente de todos los implicados, como en la del fotógrafo Enrique Metinides (1934), quien por más de medio siglo capturó los acontecimientos más sangrientos del país para el periódico La Prensa.

En entrevista, Metinides rememora su experiencia de aquel jueves negro.

“En ese entonces yo vivía en Mariano Escobedo ¡y me despertó el sismo! De inmediato me imaginé que algo grave había pasado, así que me vestí, saqué el coche del garaje y me fui por todo Mariano Escobedo hasta tomar la avenida Ejército Nacional, donde veía que subían y bajaban ambulancias”, recuerda Metinides, quien publicó su primera fotografía en La Prensa cuando tenía 11 años de edad.

Ahí, aprovechó su amistad con personal de la Cruz Roja Mexicana para subirse a una ambulancia que estaba cargando gasolina. En ese momento comenzó su dramático itinerario por las áreas más afectadas de la ciudad.

Ya en el vehículo, junto con los paramédicos, relata Metinides que empezó a oír por radio que había muchas víctimas y edificios que se habían caído; “era un cruzadero de ambulancias, como si estuviéramos en Irak. Venía una y a las dos cuadras veía otra y luego otra. Ahí entendí que la situación era realmente grave, más de lo que me había imaginado”, dice Metinides.

“Nosotros nos dirigimos al Monumento a la Revolución, donde se habían caído dos hoteles. Íbamos en camino, cuando, para nuestra sorpresa, vimos dos edificios que estaban totalmente inclinados y el piso lleno de cadáveres; dos de ellos se quedaron colgados. Esas fueron las primeras fotografías que tomé”. 

Después nos dimos vuelta en la calle Ezequiel Montes, en la colonia Tabacalera, donde se había caído un hotel de ocho pisos; después supe que ahí murieron 95 huéspedes y quedaron heridos como 15. Se colapsó tanto que el edificio quedó de dos pisos, así que los que se salvaron fueron los de hasta arriba”.

En ese ambiente de tragedia era fácil toparse con la muerte. Como le sucedió cuando, luego de rodear el Monumento a la Revolución, llegó al lugar donde habían caído los dos hoteles reportados: “Ahí se acababa de aventar una muchacha estadounidense; se suicidó del quinto piso. Tenía cinco minutos de haberse aventado cuando le tomé las fotos. También había mucho prensado.

“Luego de ver todo lo que había sucedido durante varios  minutos, llegó en su coche Jacobo Zabludovsky y me entrevistó. Cuando le dije: ‘aquí a la vuelta hay muchísimos muertos’, no me creyó. Me encontró en la calle La Fragua y le platiqué eso, pero yo le vi en la cara que no me creyó”.

Metinides lo creía porque lo había visto. Como cuando subió, junto con rescatistas, a un edificio ubicado en la avenida Insurgentes a la altura de la calle Durango. Ahí vio a un muerto con una pistola en la mano. “Se suicidó. No pudo salir y se mató”.

"Había lugares donde sobraba la fotografía y ayudaba a los heridos".
Los recorridos de Metinides después del terremoto se extendieron durante varios días. Y en todos ellos, las tragedias salían a flote. Como aquel caso en el que rescataron a un muchacho que abrazaba a su hermano muerto desde hacía dos días. Lo salvaron gracias a que pudo hacer una sola llamada por teléfono; después ya no tuvo línea. “Duró dos días con el cadáver porque tardaron en rescatarlo”.

Con una memoria puntual, El niño, como era conocido Metinides, describe el escenario apocalíptico que observó después, mientras caminaba sobre avenida Juárez: “Un edificio del ISSSTE estaba derrumbado; veía las columnas de humo al fondo, allá por la Alameda Central, que después caí en cuenta que era la tienda Salinas y Rocha y el Hotel Regis; estaban ardiendo.

“Era increíble cómo estaba derrumbado el Hotel Regis, el más famoso de México. Fue una de las cosas más aparatosas que vi en mi vida a lo largo de 50 años de trabajo ininterrumpido. Nada más se veían los letreros dorados y yo me preguntaba: ‘¿cuánta gente no habrá abajo?’”.

La imagen de aquellos escombros del Regis es una de las cinco que aún conserva Metinides, debido a que las miles que tomó en aquellos días le fueron confiscadas por el gobierno de Miguel de la Madrid.

MILAGRO EN MEDIO DE LA TRAGEDIA

Otra historia que cuenta Metinides es la de una mujer que, de manera increíble, resultó ilesa. Un milagro en medio de la tragedia.

“Estaba en la Cruz Roja y me preparaba para salir rumbo a los multifamiliares Juárez que quedaron demolidos. Sin embargo, cuando apenas íbamos, nos paró la gente porque se había caído una casa. Nos metimos corriendo y los socorristas sacaron a una muchachita como de 15 años, toda llena de polvo, prácticamente sepultada, pero sin ninguna herida. No nos la llevamos porque no le pasó nada. Me acuerdo que la gente nos despidió con un aplauso”.

Y es que Metinides -quien a lo largo de toda su carrera cubrió incendios, asesinatos, suicidios, choques e inundaciones- tiene sus intereses muy claros: tomar fotografías y después ayudar a los lesionados.

“Cargaba a los heridos, los ayudaba a subir a la ambulancia. Había lugares en donde sobraba la fotografía, que es en donde yo más ayudaba. Inclusive a muchos niños que se estaban muriendo yo les daba respiración de boca a boca”.

En el multifamiliar Juárez las ruinas se repetían hasta el infinito. “Ahí los edificios se cayeron como dominó; se quedaron todos en fila pero tirados”. Lo mismo sucedió con el Hotel del Prado y otras construcciones circundantes al Centro Histórico, como las que había en San Juan de Letrán: “Ahí era la guerra, haga de cuenta que habían bombardeado; había puros edificios tirados”.

RESCATE DESDE LA SOCIEDAD CIVIL  

En medio de los escombros y el pánico de los supervivientes, las labores de rescate no se hicieron esperar, principalmente de la sociedad, que no dudó en solidarizarse con las víctimas. Sobre esto, señaló Metinides que “faltaban bomberos, pero la misma gente, el pueblo, estaba ayudando.

“En todos los lugares donde yo llegué había gente, hasta señoras y niños, ayudando a sacar personas, era increíble. Además prestaban sus autos para llevar a los heridos a los hospitales. Sacándolos del derrumbe los metían al coche y salían disparados. Era una cantidad increíble de carros por toda la ciudad, no creas que sólo había ambulancias”.

Tras relatar su recorrido, Metinides afirma categórico: “Calculo que vi unos tres mil muertos, entre los que estaban recolectando en el forense y los que llevaban día con día al estadio de béisbol del Seguro Social; ahí llegaban camiones con hielo y se los ponían encima. Esas fotos ni las publicaban porque estaban muy dramáticas”.

Ese 19 de septiembre, ya en la noche, Metinides, exhausto, regresó a la Cruz Roja, donde tomó las últimas fotografías del día. “Estaba platicando a mis compañeros lo que viví y recuerdo que de repente me puse a llorar en el hombro de un comandante. Fue uno de los días más terribles de mi vida”. 

sábado, 19 de septiembre de 2015

Las imágenes del terremoto, una memoria viva a 30 años de la tragedia


Juan Carlos Aguilar

Imagen del edificio Nuevo León, en Tlatelolco, tomada por Marco A. Cruz.

Con motivo del 30 aniversario del terremoto que sacudió a la ciudad de México aquel aciago 19 de septiembre de 1985, actualmente se presentan diferentes exposiciones fotográficas que dan cuenta de los momentos de crisis que vivió la sociedad minutos después de la tragedia, de la solidaridad de la población ante la inaudita parálisis del gobierno y de las oportunas intervenciones de los cuerpos de rescate que trabajaron incansablemente los días siguientes.

Fueron decenas de fotógrafos los que de manera estoica registraron puntualmente diferentes aspectos de ese jueves negro: desde las afectaciones en los edificios ubicados en las avenidas Juárez y San Juan de Letrán (después renombrado Eje Central Lázaro Cárdenas), en algunas calles de las colonias Roma y Doctores, y en Tlatelolco, hasta aquellas escenas del Parque del Seguro Social que de un momento a otro se convirtió en una gigantesca morgue.

Están también las imágenes que se concentran en el drama personal, en hombres azorados ante una ciudad que cambió su fisonomía en un parpadeo. En mujeres que lloran y que ruegan al cielo un poco de clemencia. Y en algunos niños que llevan consigo, a rastras, las pocas pertenencias que logran mantener consigo.

Algunas de esas imágenes se publicaron en su momento en medios impresos; sin embargo, gran parte de ese material se mantuvo (y se mantiene) inédito. Conocemos, pues, sólo una parte de todo lo que se registró hace tres décadas. Ahora, con el pretexto de un aniversario más, se suman nombres e imágenes a esa memoria colectiva que nos determinó como sociedad.

Sismos de 1985 en la memoria de México

Con imágenes provenientes del Archivo General de la Nación, la muestra reúne 83 fotografías, de las cuales más de 50 son inéditas de los Hermanos Mayo. En ellas, dice Armando Cristeto Patiño, el curador de la muestra, se puede observar un registro “fino y cuidadoso de la tragedia personal”, algo poco común en las imágenes que se conocen hasta ahora, que se concentraron más en tomas panorámicas que en cómo la gente vivía de manera individual la tragedia.

Los Hermanos Mayo llegaron a México en la época del franquismo y se les reconoce por introducir a nuestro país las cámaras Leica y usarlas en las coberturas de situaciones críticas, en un tiempo en el que los fotoperiodistas mexicanos aún utilizaban cámaras de formato medio, que resultaban pesadas e incómodas, y en consecuencia imprácticas, para registrar este tipo de eventualidades.  

Imagen de los Hermanos Mayo tomada en Eje Central esquina Vizcaínas.

La exposición, que se presenta en la galería abierta de las rejas de Chapultepec, exhibe además imágenes de la Colección Fotográfica del Terremoto de 1985 y de los archivos de la Cruz Roja Mexicana, la Organización Panamericana de la Salud y el periódico El Universal.

Ciudad en vilo

También en la galería abierta de las rejas de Chapultepec se presenta esta muestra que reúne 58 imágenes de, entre otros, Carlos Contreras, Marco Antonio Cruz, María Inés Roqué, José Luis Lepez,  Guillermo Aldama, Guillermo Soto, José Luis Mendoza, Enrique Bostelmann y Gloria Fraustro en las que se observan los severos daños que causó el terremoto en decenas de edificios y escuelas de la ciudad de México.  

Curada por el investigador Alfonso Morales, la exhibición también presenta tomas aéreas de la empresa Aerofoto, que pertenecen a la Fundación ICA.

Los días del terremoto

Esta muestra que se exhibe en el Museo del Estanquillo (Isabel la Católica 26, Centro Histórico) reúne 80 piezas –entre fotografía, video, pintura, dibujo y mapas- que dan cuenta de la producción artística y cultural que produjo el terremoto en las últimas tres décadas.

Curada por Ana Elena Mallet, la muestra busca hacer esta revisión de la mano de obra de artistas como Rubén Ortiz Torres, Germán Venegas, Bob Schalwijk, Manuel Álvarez Bravo, Fabrizio León, Carlos Mérida, Vicente Rojo, Rafael Barajas El Fisgón, Amor Muñoz, Paloma Torres, Mónica Mayer y Santiago Sierra. Todos ellos, de manera metafórica, hablan del “derrumbamiento” de los principios de una modernidad o, como apuntara Carlos Monsiváis, de la “sacudida” que vivió la estructura social de los habitantes de la ciudad.

"Edificio iluminado" de Santiago Sierra.