jueves, 30 de julio de 2015

Guillermo Kahlo, el gran preciosista que documentó el México colonial

Juan Carlos Aguilar
Imagen de la Catedral Metropolitana tomada por Guillermo Kahlo.

Sobre la obra de Guillermo Kahlo (1871-1941) tres adjetivos recaen constantemente: “impecable, acuciosa y precisa”. De origen alemán -nació en la ciudad de Pforzheim-, sus imágenes se caracterizaron por su mirada exacta y su impecable resolución técnica, tal y como lo demuestran sus miles de fotografías de monumentos, edificios, interiores, habitaciones, fábricas y vistas de diferentes regiones de México, que conforman casi la totalidad de su trabajo.
Ahora, una pequeña pero sustancial parte de estas imágenes, capturadas a finales del siglo XIX y principios del XX, se puede observar en la exposición Mirada en fuga -inaugurada el pasado 16 de julio- que exhibe 21 fotografías de edificaciones del Centro Histórico de la ciudad de México.
Las imágenes son más que elocuentes. Ahí están, codo a codo, el telón de Tifany del Palacio de Bellas Artes, el bosque de Chapultepec, el Palacio Postal o la majestuosa Catedral Metropolitana, rodeada aún por tranvías.
Montada en el Museo Archivo de la Fotografía (MAF), la muestra, que se presentará hasta octubre próximo, fue curada por Mayra Mendoza Avilés, actual subdirectora de la Fototeca Nacional del Instituto Nacional de Antropología e Historia, que se ubica en Pachuca, Hidalgo.
En dicho recinto se resguarda el acervo más grande de la obra de Kahlo, tres mil piezas, entre placas negativas e impresiones elaboradas por el autor, las cuales provienen de dos colecciones: la primera procede del Antiguo Museo Nacional, precedente directo del INAH, mientras que la segunda fue una donación que hizo la familia Álvarez Bravo y Urbajtel en 2004.  
De ese total, 20 por ciento (alrededor de 600 fotografías) son tomas que efectuó en la ciudad de México. Justo de ese apartado se realizó una primera selección de 35 imágenes que luego quedó en 22, para finalmente exhibir 21, las cuales –y este es un valor agregado de la exhibición- son impresiones realizadas por contacto entre el negativo original y el papel fotográfico. Por esta razón, las piezas tienen la misma proporción de la placa negativa que utilizó Kahlo.

UN FOTÓGRAFO VANGUARDISTA
“La idea era muy clara: debíamos mostrar imágenes sobre el Centro Histórico, que es justo donde se realiza esta muestra; ese era el eje”, expresa en entrevista con ExpósitoPHOTO Mendoza, quien destacó el preciosismo en las imágenes de Kahlo para luego asegurar que su obra está más próxima a las vanguardias.
“Para esa época, finales del siglo XIX y principios del XX, todavía está el pictorialismo de moda (movimiento fotográfico que surgió en las últimas dos décadas del siglo XIX). Es decir, placas con cierta borrosidad, ensoñadoras y un poco bucólicas. Kahlo hace todo lo contrario: las suyas son imágenes con escala humana, muy balanceadas, donde todo es claridad. La idea es mostrar el inmueble en todo su esplendor. Muy limpias, muy pulcras, que nada tiene que ver con ese pictorialismo”.
Respecto a su gusto por la precisión, Mendoza relata que “incluso en los bordes de las mascarillas, Kahlo a veces incluía cuánto tiempo de revelado darle al piso, cuánto a las ventanas o dónde había que viñetear, porque él era su propio impresor. Sí es un autor muy alemán en cuanto a este asunto de limpieza, pero también juega con una abstracción que está encontrando”.
“KAHLO, UN FOTÓGRAFO DEL SIGLO XIX”
Carl Wilheim Kauffman -quien fue conocido en México como Guillermo Kahlo- nació en 1871 y emigró a México en 1890, con apenas 19 años. Rápidamente se integró a diversas actividades comerciales en nuestro país, para luego convertirse en el encargado de los libros de contabilidad de los establecimientos mercantiles propiedad de ciudadanos alemanes.
Pronto contrae matrimonio con María Cárdena con la que tuvo dos hijas: María Luisa y Margarita. Sin embargo, tras cuatro años de casado queda viudo. Con dos hijas bajo su cuidado en un país que no es el suyo, Kahlo decide trabajar en la joyería “La Perla”, ubicada en la calle Plateros, hoy Madero, continuando así con la tradición familiar: su padre también era joyero.
Cosas del destino, en la joyería conoce a Matilde Calderón González, con quien formará una nueva familia. Tienen cuatro niñas: Matilde, Adriana, Cristina y Frida. Y junto con esta nueva vida, llegó también una nueva perspectiva profesional que no se imaginó antes: la fotografía. El padre de Matilde era fotógrafo y fue la primera persona que lo asesoró en la materia.
Estudia a profundidad todos los secretos de la fotografía para convertirse en uno de los autores más destacados de principios del siglo XX y un decano en el registro de monumentos y edificios, algo inusual en aquella época, caracterizada más por el retrato.
Para el fotógrafo y editor Pablo Ortiz Monasterio, “no hay nadie en México, nadie, que haya tenido ese tipo de producción. Especializado en arquitectura, ¡hacía placas de 11x14 pulgadas, son enormes!”.
En poco tiempo, sus imágenes de la Catedral Metropolitana y de algunas calles representativas de la ciudad  se vuelven icónicas, un emblema de exportación.
Detalle del órgano de la Catedral Metropolitana.

Pero eso ocurrió después. Monasterio relata que hubo un momento en el que México, a finales del siglo XIX, durante pleno porfirismo, le da la espalda a toda la arquitectura colonial.
“No interesa porque todos voltean a París; se afrancesa la cultura en el mundo entero y en México también. Toda la arquitectura colonial se abandona, se descuida. De repente los americanos a mitad del siglo XIX se apropian de la mitad del territorio nacional: Texas, Nueva México, Arizona y California, de tal suerte que se quedan con un poco de arquitectura colonial. 
“En Estados Unidos se interesan mucho por este periodo, la comienzan a estudiar, incluso un grupo de personas que había viajado a México publica un libro sobre la arquitectura colonial que hay en el centro del país, de Zacatecas para abajo”.
Precisamente con esa publicación, explica Monasterio, Porfirio Díaz se da cuenta que hay un interés en lo colonial por parte de las elites académicas de Estados Unidos. “Por eso le pide a Kahlo que documente todos los monumentos coloniales durante una década. Con placas 11 x 14 pulgadas se pone a fotografiar edificios; era tan meticuloso que se esperaba a que pasaran las nubes hasta hubiera un cielo neutro, grisesito pálido, para poder registrar el edificio con una intención que nadie tuvo en ese momento.
Sobre su estilo, dice: “Kahlo se asumió como documentador, él no quería figurar, ser autor, componer o hacer cosas modernas, no. Quiso dar cuenta del monumento que es, con humildad y una gran capacidad técnica, ese es el trabajo de Kahlo, que luego terminó siendo su estilo. Su merito fue desaparecer y volverse un documentador. Ese trabajo es único, no creo que haya nadie en Latinoamérica que lo haya hecho. Y sabes, con el dinero que le pagaron por ese encargo construyó la ahora famosa Casa Azul. 
“Kahlo es un fotógrafo del XIX. En México, los únicos fotógrafos notables del XIX fueron retratistas. Nadie se puso a retratar los monumentos coloniales, en eso Kahlo es pionero”.
El Museo Archivo de la Fotografía se ubica en República de Guatemala 34, Centro Histórico (atrás de la Catedral). Horarios: martes a domingo de 10:00 a 18:00 horas. 

2 comentarios:

  1. Excelente exposición de un gran autor, que nadie debe dejar de conocer y disfrutar.
    Una entrevista por demás interesante y muy bien realizada.
    ¡Felicidades a la curadora de la muestra y a Juan Carlos Aguilar!

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  2. Muchas gracias por tus palabras Juan Carlos.

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